Escuela castellana; siglo XVI. “Virgen dolorosa”. Madera tallada policromada y dorada. Presenta restauraciones y repintes. Medidas: 37 x 14 x 11,5 cm. La devoción a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval, y fue especialmente difundida por la orden servita, fundada en 1233. Son muchas y muy variadas las representaciones iconográficas que tienen como tema central a la Virgen María en su vertiente Dolorosa, siendo la primera de ellas en las que aparece junto al Niño Jesús, que duerme ajeno al futuro de sufrimiento que le aguarda. En estas obras suele estar presente la cruz, principal símbolo de la Pasión, abraza incluso por el Niño, mientras María lo observa con expresión patética. Otra vertiente es la que forma parte de la Piedad, similar a la anterior aunque su Hijo está aquí muerto, no dormido, plasmado ya adulto y tras su crucifixión. En las representaciones más antiguas de este tema el cuerpo de Cristo aparece desproporcionadamente pequeño, a modo de símbolo del recuerdo que la madre tiene de la infancia de su Hijo, cuando lo contemplaba dormido sobre su regazo. Finalmente, también destaca en importancia la Virgen de los Dolores y la Soledad, donde aparece María sola, en ocasiones con el corazón atravesado por una o varias espadas. Siendo esta representación muy cercana al sentimiento popular, tras la iconografía de la Virgen de los Dolores se crea la de la Soledad: María, completamente sola, se ve acosada por el recuerdo de los principales momentos de su vida, afligida en soledad, sin su Hijo. En este tema se representará con frecuencia el llanto de la Virgen, con torrentes de lágrimas surcando sus mejillas. España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La escultura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la escultura religiosa en madera policromada que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros escultores a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles. A su vuelta los mejores de ellos como Berruguete, Diego de Siloe y Ordóñez revolucionarán la escultura española a través de la castellana, avanzando incluso la nueva derivación manierista, intelectualizada y abstracta del Cinquecento italiano, casi al tiemp
Escuela castellana; siglo XVI. “Virgen dolorosa”. Madera tallada policromada y dorada. Presenta restauraciones y repintes. Medidas: 37 x 14 x 11,5 cm. La devoción a los dolores de la Virgen hunde sus raíces en la época medieval, y fue especialmente difundida por la orden servita, fundada en 1233. Son muchas y muy variadas las representaciones iconográficas que tienen como tema central a la Virgen María en su vertiente Dolorosa, siendo la primera de ellas en las que aparece junto al Niño Jesús, que duerme ajeno al futuro de sufrimiento que le aguarda. En estas obras suele estar presente la cruz, principal símbolo de la Pasión, abraza incluso por el Niño, mientras María lo observa con expresión patética. Otra vertiente es la que forma parte de la Piedad, similar a la anterior aunque su Hijo está aquí muerto, no dormido, plasmado ya adulto y tras su crucifixión. En las representaciones más antiguas de este tema el cuerpo de Cristo aparece desproporcionadamente pequeño, a modo de símbolo del recuerdo que la madre tiene de la infancia de su Hijo, cuando lo contemplaba dormido sobre su regazo. Finalmente, también destaca en importancia la Virgen de los Dolores y la Soledad, donde aparece María sola, en ocasiones con el corazón atravesado por una o varias espadas. Siendo esta representación muy cercana al sentimiento popular, tras la iconografía de la Virgen de los Dolores se crea la de la Soledad: María, completamente sola, se ve acosada por el recuerdo de los principales momentos de su vida, afligida en soledad, sin su Hijo. En este tema se representará con frecuencia el llanto de la Virgen, con torrentes de lágrimas surcando sus mejillas. España es, a comienzos del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir los nuevos conceptos humanistas de vida y arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las implantadas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La escultura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este afán de vuelta al mundo clásico grecorromano que exalta en sus desnudos la individualidad del hombre creando un nuevo estilo cuya vitalidad sobrepasa la mera copia. Pronto se empieza a valorar la anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y del equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras; pero la fuerte tradición gótica mantiene la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores esculturas renacentistas. Esta fuerte y sana tradición favorece la continuidad de la escultura religiosa en madera policromada que acepta lo que de belleza formal le ofrece el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evita su predominio sobre el contenido inmaterial que anima las formas. En los primeros años de la centuria llegan a nuestras tierras obras italianas y se produce la marcha de algunos de nuestros escultores a Italia, donde aprenden de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, fuese Florencia o Roma, e incluso en Nápoles. A su vuelta los mejores de ellos como Berruguete, Diego de Siloe y Ordóñez revolucionarán la escultura española a través de la castellana, avanzando incluso la nueva derivación manierista, intelectualizada y abstracta del Cinquecento italiano, casi al tiemp
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